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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Más cooperación, más integración, más Europa

Es imperativo reivindicar la adhesión de España al proyecto europeo como ejemplo de éxito de la cooperación e integración entre países

Manuel Marín y Fernando Morán firman el Tratado de Adhesión de España a la Comunidad Económica Europea, el 12 de junio de 1985.

Hace exactamente cuarenta años, una joven democracia española tomó una decisión trascendental para su futuro: integrarse en el proyecto europeo. La adhesión a la entonces Comunidad Económica Europea, en 1985, constituyó, sin duda, un salto estratégico como país. Una decisión que ha permitido posicionar a España como una voz de pleno derecho en la esfera internacional y que ha venido acompañada de un periodo de desarrollo económico y social sin parangón en nuestra historia moderna, sentando las bases de nuestro estado del bienestar.

Hoy más que nunca, entre tentaciones aislacionistas y proteccionistas y ante una deriva hacia un mundo más fragmentado, es imperativo reivindicar la adhesión de España al proyecto europeo como ejemplo de éxito de la cooperación e integración entre países.

Una reivindicación que, lejos de ser fruto de un idealismo ingenuo, bebe de un pensamiento racional: las estrategias cooperativas generan mayor riqueza, mayor bienestar.

La teoría de juegos, aplicable en multitud de campos que abarcan desde la economía a la política y popularizada en la inolvidable película Una mente maravillosa, ofrece un marco perfecto para defender los beneficios de la cooperación, el acierto del proyecto europeo.

El juego conocido como “tragedia de los comunes” ayuda a ilustrarlo de manera simplificada. En este ejemplo, unos pescadores tienen que decidir qué cantidad pescar de un caladero compartido. Cada uno de ellos tiene el incentivo individual a pescar lo máximo posible, sin embargo, si todos hacen eso, agotarán el caladero. El juego se llama “tragedia” porque la estrategia individual óptima es pescar tanto como puedan y la solución de equilibrio es indefectiblemente el fin del caladero. La lógica de la competencia individual lleva a una solución inferior desde el punto de vista colectivo.

Sobre esta sencilla base descansa el fundamento teórico de la cooperación: los agentes, en múltiples contextos, pueden organizarse en coaliciones, formar alianzas y repartir entre sus las mayores ganancias conjuntas de sus acciones. El resultado: cooperando se obtendría un resultado mejor a la solución competitiva. En la teoría de juegos cooperativos los elementos clave no son las estrategias individuales sino las condiciones para la formación de coaliciones estables entre países.

Entonces, si parece tan evidente el beneficio racional de la cooperación, ¿por qué en política internacional tiene tanto éxito la geopolítica de la fragmentación? ¿Por qué arraigan tanto los discursos proteccionistas? En definitiva: ¿por qué se ven los problemas desde la perspectiva de juegos de suma cero, donde lo que se busca es asegurar la ganancia propia en detrimento de la del otro, en lugar de como juegos de suma positiva donde todos podemos ganar?

Para tener éxito, la cooperación requiere de dos elementos fundamentales que nos muestra la teoría de juegos y que se ven claramente en el dilema del prisionero: (i) confianza mutua y (ii) distribución adecuada de los beneficios de la cooperación.

El proyecto comunitario europeo, busca precisamente asegurar estos dos elementos clave, mediante instituciones comunitarias sólidas e instancias de negociación comunes que generen confianza y faciliten la adopción de acuerdos sobre la distribución de los beneficios.

Pero con esto no basta. Sin una voluntad férrea y continua de cooperación y de integración entre los Estados miembro y sin la adaptación de las instituciones y la normativa comunitaria a los nuevos desafíos, no alcanzaremos el resultado óptimo.

En un mundo donde la interdependencia se usa para explotar vulnerabilidades, ningún país de la UE tiene capacidad para, por sí solo, hacer frente a los grandes actores globales. Los Estados miembro no pierden soberanía al cederla al proyecto comunitario, sino que ganan influencia global y se protegen frente a intereses de terceros no cooperadores.

Al mismo tiempo, es evidente que, en este nuevo contexto global hay que hacer una reflexión conjunta sobre el proyecto comunitario, sobre cómo adaptar las instituciones y marcos actuales y lograr equilibrios mejores para todos, sin grandes vencedores ni perdedores. En definitiva, sobre cómo superar las tradicionales líneas rojas que han frenado la integración en ocasiones anteriores.

Se hace necesaria una Comisión Europea valiente, más ambiciosa que nunca, a la altura de la urgencia y del reto que tenemos por delante, si queremos ser un actor relevante en el nuevo entorno geoeconómico que se está definiendo. Y es necesario que los Estados miembro acompañemos ese esfuerzo, complementándolo, reforzándolo, ayudando a mover el compás de manera decidida en la dirección correcta. Podemos y debemos hacerlo, ya sea mediante marcos de coalitions of the willing, como el Laboratorio Europeo de Competitividad, recientemente impulsado por España, o mediante la creación de mecanismos de simplificación y coordinación ligados a la actividad empresarial, como el Régimen 28 propuesto por Letta o su versión española, el Régimen 20.

Cuarenta años después de la firma de nuestro tratado de adhesión al proyecto integrador europeo, estamos ante una oportunidad decisiva para Europa, una ventana para reforzar nuestra presencia en el nuevo escenario internacional. Es el momento de Europa, de una Europa cooperativa, que avance de manera decidida en su integración y España está lista para seguir liderando este proceso.

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