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Columna
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Poderosos, irracionales y sin freno

Esta es una época de líderes incendiarios porque la ira es rentable. Ni siquiera resulta necesario sentir el enfado; basta con simularlo

Activistas de Greenpeace protestan contra Trump y Musk, este miércoles en Praga.
Delia Rodríguez

La semana pasada, dos de los hombres más poderosos del mundo escenificaron una enorme pelea en redes. Decidimos observar el numerito, porque la alternativa ―asumir que estamos en manos de seres salvajes― es descorazonadora. Enseguida Musk hizo como si se arrepintiera de lo ocurrido con Trump y nosotros, también, seguimos adelante. La ira del poder es una parte más del espectáculo hiperrealista de las redes sociales: sacas el móvil del bolso en el autobús y tienes un mensaje nuevo de tu pareja, los niños mueren en Gaza, en Wallapop la mesa que sigues ha bajado de precio y un tipo con el botón nuclear ha perdido los nervios, infartando a medios y mercados globales.

La realidad es que tenemos un problema. Algunas de las personas más influyentes del planeta son profundamente irracionales, y no parecen tener unos círculos cercanos capaces de frenarlos. Durante siglos, las sociedades desarrollaron formas de contener los impulsos de sus líderes. La burocracia que rodea al poder tiene muy mala fama, pero cumple una función sedante: mientras se sigue el procedimiento, se rellenan unos formularios y secretaría pasa nota, da tiempo a que el calentón se derrita. Pero las barreras desaparecen cuando el señor presidente lleva un móvil en el bolsillo y puede enviar un mensaje indebido en el momento menos oportuno a millones de personas.

Si nuestros poderosos aparentan ser especialmente emocionales no se debe solo a que exista una mayor transparencia. Lo parecen porque lo son, y el motivo es que nuestro ecosistema cultural e informativo está tan roto que incentiva esas cualidades. Esta es una época de líderes incendiarios porque la irracionalidad es rentable. Desde que existe internet el volumen y la velocidad a la que se transmite la información se han multiplicado, así que nos agarramos a los atajos perceptivos que nos funcionaron en el pasado, como priorizar el mensaje más emocional; los algoritmos replican este sesgo humano, amplificando la insensatez, y generando un inmenso negocio alrededor de ella. Los estudios son contundentes: la ira es más contagiosa que la alegría; cada juicio moral añadido a un mensaje político aumenta un 20% su posibilidad de retuit; el interés del lector en Facebook se dispara según se acerca a los límites del contenido prohibido.

La tecnología ha amplificado nuestras emociones y ahora bucear en ellas nos asfixia. Las empresas tecnológicas saben desde hace tiempo cómo enfriarnos. Meta y Twitter limitaron algorítmicamente la expansión de contenidos violentos en el pasado; Gmail permite deshacer durante unos segundos el envío de un correo; X pregunta si estamos seguros de querer retuitear ese artículo que no hemos leído; Instagram comprueba si de verdad queremos mandar un mensaje a tal hora de la noche. Hace unos días, un empresario explicaba en redes cómo ChatGPT le había ahorrado disgustos al actuar como un asistente sensato, recomendándole dejar reposar una noche un correo subido de tono que le hubiera salido caro. Pero lo más retorcido del sistema consiste en que ni siquiera es necesario que el enfado sea real para extraerle rentabilidad política, siguiendo el mecanismo tan bien descrito por Lucía Lijtmaer en Ofendiditos. Pensemos, por ejemplo, en esa presidenta de una comunidad autónoma que planifica con tiempo y escenifica con calma una aparente indignación por el uso de lenguas cooficiales en una reunión. La esfera pública es un despiporre porque es rentable que así sea.

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Sobre la firma

Delia Rodríguez
Es periodista y escritora especializada en la relación entre tecnología, medios y sociedad. Fundó Verne, la web de cultura digital de EL PAÍS, y fue subdirectora de 'La Vanguardia'. En 2013 publicó 'Memecracia', ensayo que adelantó la influencia del fenómeno de la viralidad. Su newsletter personal se llama 'Leer, escribir, internet'.
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