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La violencia contra la inmigración incendia las calles de una localidad de Irlanda del Norte

La policía se enfrenta por tercera noche consecutiva a disturbios y destrozos generalizados en Ballymena. Al menos 30 agentes han resultado heridos

Irlanda del Norte inmigración
Rafa de Miguel

Hay un hilo cada vez más común entre la población más extrema y vulnerable de Irlanda del Norte, de la República de Irlanda o de la propia Inglaterra, esos territorios que llevan décadas haciendo trinchera de sus diferencias. Ese nexo es el odio al extraño.

La ciudad norirlandesa de Ballymena, que con sus apenas 30.000 habitantes es el séptimo núcleo urbano del territorio británico en la isla de Irlanda, lleva ya tres noches consecutivas, desde la del pasado lunes, con vehículos, neumáticos, contenedores y escaparates de comercios incendiados. Más de 30 policías han resultado heridos en los enfrentamientos con centenares de vándalos que se han lanzado a las calles a la caza de inmigrantes, a los que se ha respondido con cañones de agua y vehículos blindados.

Y la chispa de una violencia callejera que trae a la memoria de muchos las escenas de los troubles (la guerra sectaria que enfrentó a protestantes y católicos durante décadas) es la misma que saltó el verano pasado en la localidad inglesa de Southport, que se extendió más tarde por otras muchas ciudades; o la misma que agitó el centro de Dublín en noviembre de 2023: la sospecha de que un inmigrante estaba en el centro de un crimen aparentemente horrendo.

Cuando dos menores de 14 años comparecieron el lunes por la mañana ante el juzgado, acusados de una agresión sexual contra una menor, trascendió la información de que habían solicitado los servicios de un traductor de rumano para declararse no culpables. Las redes sociales, como en ocasiones anteriores, comenzaron a inundarse de mensajes racistas, y las vigilias y protestas pacíficas de los vecinos previstas para esa tarde se vieron dominadas por decenas de jóvenes encapuchados, armados con ladrillos, petardos y cócteles molotov.

“La violencia irracional que se ha desatado en Ballymena es muy preocupante y completamente inaceptable. Estos delincuentes no solo están poniendo vidas en riesgo, sino que socavan el proceso mismo de justicia liderado por la policía para apoyar a una víctima que merece justicia, protección y que se conozca la verdad”, reclamaba el comisario jefe de la policía de Irlanda del Norte (PSNI, en sus siglas en inglés), Jon Boutcher.

En muchas de las viviendas de la ciudad, cuya economía sufre un imparable declive por una desindustrialización que comenzó a finales del siglo pasado, se ha visto esta noche del jueves un despliegue inusitado de Union Jacks, la bandera aspada, blanca, roja y azul, del Reino Unido, en incluso carteles en lo que se decía “Aquí viven filipinos”, con la esperanza de desviar la rabia de los vándalos. Además de los enfrentamientos con los agentes de policía, la mayoría de los ataques han sido contra residencias en las que se sospechaba que podían vivir extranjeros.

En la tercera noche de violencia, los disturbios se han extendido a otros pequeños pueblos de la zona. En Larne, un grupo de medio centenar de encapuchados ha incendiado un centro de ocio destinado precisamente a acoger a algunas de las personas desplazadas por los destrozos en sus viviendas. Todas ellas han sido realojadas a otras instalaciones, según han informado las autoridades locales.

Aunque las voces políticas más radicales han intentado justificar la violencia en las calles, el consenso de la mayoría de los partidos ha ido dirigido a condenar la violencia racista y a reclamar la vuelta a la calma. “Un fracaso por parte de las sucesivas autoridades a la hora de manejar la integración o de responder a las preocupaciones de la población local ha dejado a muchos residentes con la sensación de ser ignorados y no respetados”, se lanzaba a denunciar en solitario Jim Allister, el diputado unionista radical del condado de Antrim (donde se encuentra Ballymena) que ocupa hoy un escaño en la Cámara de los Comunes en Londres.

Aunque Allister intentaba justificar el malestar en los “rápidos cambios demográficos” que han tenido lugar en los últimos años en Irlanda del Norte, lo cierto es que las últimas estadísticas oficiales señalan que ese territorio tiene un porcentaje del 3,4% (unas 65.600 personas) de población extranjera, frente al 18,3% de Inglaterra o Gales o el 12,9% de Escocia (las otras tres naciones que componen el Reino Unido). En Irlanda del Norte viven 1,9 millones de personas.

“Todos los que están utilizando este asunto como arma para agitar las tensiones raciales no tienen el menor interés en que se haga justicia, y lo único que pueden ofrecer a sus comunidades es división y desorden público”, han dicho en un comunicado conjunto todos los partidos, unionistas y republicanos, que forman parte obligatoriamente del Gobierno autónomo de Irlanda del Norte.

Los meses de junio y julio, con las celebraciones protestantes con hogueras y desfiles, son proclives al estallido de violencia sectaria en Irlanda del Norte. El Acuerdo de Viernes Santo de 1998 puso fin a décadas de guerra, pero la tensión sigue viva. El Brexit, y la sensación de los unionistas probritánicos de sentirse abandonados por parte de Londres ―con la firma del Protocolo de Irlanda, que retuvo al territorio en el espacio aduanero de la UE― ha provocado un resurgir del vandalismo callejero.

La ola contra los inmigrantes que se ha desatado en Inglaterra y en Dublín tenía necesariamente que prender también en un territorio, Irlanda del Norte, donde cualquier chispa provoca fácilmente un incendio.

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Sobre la firma

Rafa de Miguel
Es el corresponsal de EL PAÍS para el Reino Unido e Irlanda. Fue el primer corresponsal de CNN+ en EE UU, donde cubrió el 11-S. Ha dirigido los Servicios Informativos de la SER, fue redactor Jefe de España y Director Adjunto de EL PAÍS. Licenciado en Derecho y Máster en Periodismo por la Escuela de EL PAÍS/UNAM.
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